viernes, 30 de octubre de 2009

MEDIA LUNA : UN SER FELINO Y LOS SERES HUMANOS

He vivido toda la vida rodeada de animales: gusanos de seda, ranas, grillos, pollos, hamsters... Pero la estrella de la corona han sido los gatos.
Ha habido tres especiales que me han llegado al corazón. Os cuento hoy sobre uno de ellos.
Media Luna era un gatito (sí, macho) blanco, con una mancha negra en el lomo, otra en la cola y otra que le tapaba un ojo. Lo encontramos con un mes, deambulando con sus hermanitos por los jardines de al lado de mi casa. Todos los niños nos volvimos locos con los gatitos, tan pequeños y tan cariñosos. Era verano y los gatitos nunca estaban solos. Pero cuando llegó el otoño, empezó el cole y los días se hiceron más cortos y fríos, todo el mundo se centró en sus cosas y nadie se acordaba del gatito blanco y negro que, solo (porque su hermano, Tigre, había sido adoptado) maullaba de frío y de abandono. Mi hermano pequeño y yo le bajábamos dos veces al día la comida que preparaba mi madre. Media Luna se mudó más cerca de nuestra casa.
Y pasó el invierno. Media Luna creció; ya no era el gatito pequeñín y de peluche que había sido el año anterior, y los mismos niños que el verano anterior se habían peleado por tenerlo en brazos ahora lo espantaban con piedras y lo tiraban a la piscina para verlo nadar (más de una pelea tuve yo por eso). El pobrecillo ya sólo se acercaba y se dejaba acariciar por mi hermano, mi madre y por mí.

Quisimos mucho a ese gato. Hay muchas anécdotas que podría contar, pero lo que recuerdo con más cariño es cuando en invierno bajaba yo por la noche a por él, para que durmiera calentito. Le abría la puerta del portal, y entraba; y le abría la puerta del ascensor, y entraba, y abría la puerta de casa, y entraba y se iba corriendo a mi cama, a dormir conmigo (nota para los escrupulosos y exagerados: Media Luna nunca fue al veterinario ni se puso una vacuna, y durmió varios años en mi cama conmigo por las noches, y a día de hoy estoy sanísima ). Aunque mi madre insistía en adoptarlo, él siempre quería salir por la mañana. Se sentaba delante de la puerta, la rascaba con la patita y maullaba. Bajábamos corriendo por las escaleras hasta el portal, y le abriamos la puerta para que saliera.

Otro recuerdo precioso que tengo de Media Luna es cuando, un verano, estaba yo de madrugada capeando el calor sofocante, sentada dentro de la piscina con la mente en blanco, y vi aparecer a Media Luna a lo lejos, andando con pereza. Lo llamé, y al oirme, vino corriendo, con su colita alzada, y se tumbó a mi lado, en el borde de la piscina. Yo le hablaba y le rascaba la cabeza despacito, y él ronroneaba. Fueron unas horas preciosas.

Creo que todos los amantes de los animales sabemos cómo es la vida de un gato de la calle. Sabemos las calamidades que pasan, cómo los trata la mayoría de la gente y como acaban muchos. Media Luna estaba protegido por mi familia, pero también tenía enemigos. El portero de la urbanización odiaba a los gatos (y lo sigue haciendo hoy) porque, según él, son sucios, tienen enfermedades y son peligrosos (¿¿??). Un día Media Luna no vino a comer. Y al día siguiente tampoco. Y al otro tampoco. Y una semana después todavía no lo habíamos visto. Y dos semanas después nos temíamos lo peor, nunca había estado tanto tiempo fuera. Y un mes depués sabíamos que no lo íbamos a ver más. Y dos meses después mi madre seguía llorando, y nosotros seguíamos intentado animarla. Y un año después aún lo echábamos de menos, todos los días de todas las estaciones del año. Y dos años después nos enteramos que un día el portero lo había pillado desprevenido, y Dios sabe cómo, lo había agarrado y lo había llevado lejos, nadie sabe si para dejarlo vivir o no...
A ese hombre he tenido que verlo desde entonces, muchas veces. Pero siempre lo he mirado con desprecio, porque sé que está podrido por dentro, sé que no tiene alma para mirar a un felino y ver un ser vivo con sentimientos, con personalidad, con gustos, con pensamientos (los que hayáis convivido con animales sabréis a lo que me refiero).

Pero me queda el recuerdo de Media Luna, y la satisfacción de saber que durante el tiempo que compartió con nosotros no le faltó nunca de nada, ni una caricia, ni un trozo de comida, ni un sitio donde dormir calentito. Y me queda el orgullo de saber que yo fui tan importante para él como él lo fue para mí.


Muchas gracias Vicky por este tan bello relato. Seguro que a mas de uno les saltaron las lagrimas.
Dignidad Felina

1 comentario:

raquel dijo...

Viky leo tu relato de Media Luna y es algo por lo que en mi casa hemos pasado,te entiendo perfectamente.Seguro que el gatito este donde este siempre te tendra a ti y tu familia en su corazoncillo

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